martes, 13 de marzo de 2012

Poemas

A FEDERICO GARCÍA LORCA
Sal tú, bebiendo campos y ciudades,
en largo ciervo de agua convertido,
hacia el mar de las albas claridades,
del martín-pescador mecido nido;
que yo saldré a esperarte, amortecido,
hecho junco, a las altas soledades,
herido por el aire y requerido
por tu voz, sola entre las tempestades.
Deja que escriba, débil junco frío,
mi nombre en esas aguas corredoras,
que el viento llama, solitario, río.
Disuelto ya en tu nieve el nombre mío,
vuélvete a tus montañas trepadoras,
ciervo de espuma, rey del monterío.

Rafael Alberti
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LAS ABARCAS DESIERTAS
Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.
Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.
Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.
Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.
Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.
Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.
Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.
Toda la gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.
Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y un mundo de miel.
Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.
Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.

Miguel Hernández
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CASTILLO DE AMOR
Hame tan bien defendido,
señora, vuestra memoria,
de mudanza,
que jamás nunca ha podido
alcanzar de mí victoria,
olvidanza:
porque estáis apoderada
vos de toda mi firmeza
en tal son,
que no puede ser tomada
a fuerza mi fortaleza
ni a traición.
La fortaleza nombrada
está en los altos alcores
de una cuesta,
sobre una peña tajada,
maciza toda de amores,
muy bien puesta;
y tiene dos baluartes
hacia el cabo que ha sentido
el olvidar,
y cerca a las otras partes,
un río mucho crecido,
que es membrar.
El muro tiene de amor,
las almenas de lealtad,
la barrera
cual nunca tuvo amador,
ni menos la voluntad
de tal manera;
la puertas de un tal deseo,
que aunque esté del todo entrada
y encendida,
si presupongo que os veo,
luego la tengo cobrada
y socorrida.
Las cavas están cavadas
en medio de un corazón
muy leal,
y después todas chapadas
de servicios y afición
muy desigual;
de una fe firme la puente
levadiza, con cadena
de razón,
razón que nunca consiente
pasear hermosura ajena
ni afición.
Las ventanas son muy bellas,
y son de la condición
que dirá aquí:
que no pueda mirar de ellas
sin ver a vos en visión
delante mí;
mas no visión que me espante,
pero póneme tal miedo,
que no oso
deciros nada delante,
pensando ser tal denuedo
peligroso.
Mi pensamiento, que está
en una torre muy alta,
que es verdad,
sed cierta que no hará,
señora, ninguna falta
ni fealdad;
que ninguna hermosura
no puede tener en nada
ni buen gesto,
pensando en vuestra figura
que siempre tiene pensada
para esto.
Otra torre, que es ventura,
está del todo caída
a todas partes,
porque vuestra hermosura
la ha muy recio combatida
con mil artes;
con jamás no querer bien,
antes matar y herir
y desamar
un tal servidor, a quien
siempre debiera gustar
y defensar.
Tiene muchas provisiones,
que son cuidados y males
y dolores,
angustias, fuertes pasiones,
y penas muy desiguales
y temores,
que no pueden fallecer
aunque estuviese cercado
dos mil años,
ni menos entrar placer
a do hay tanto cuidado
y tantos daños.
En la torre de homenaje
está puesto toda hora
un estandarte,
que muestra por vasallaje
el nombre de su señora
a cada parte;
que comienza como más
el nombre y como valer
el apellido,
a la cual nunca jamás,
yo podré desconocer,
aunque perdido.
A tal postura vos salgo
con muy firme juramento
y fuerte jura,
como vasallo hidalgo
que por pesar ni tormento
ni tristura,
a otro no lo entregar
aunque la muerte esperase
por vevir,
ni aunque lo venga a cercar
el Dios de Amor, y llegase
a lo pedir.
Jorge Manrique
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MADRIGALES
1
De la purificación de Nuestra Señora
La vidrïera mejor
en sus brazos de cristal
entra al Sol hoy celestial
en la capilla mayor;
a cuyo resplandor,
sin que más luz espere,
Simeón fénix arde y cisne muere.

2
Inscripción para el sepulcro de Doña María de Lira
La bella Lira muda yace ahora
debajo de este mármol, que sin duda
lo ha convocado muda
como solía canora.
Si el Tajo arenas dora,
ilustre piedras: culto monumento
a este de las Musas instrumento.

3
Madrigal para inscripción de la fuente de quien dijo Garcilaso:
«En medio del invierno...», etc.
El líquido cristal que hoy de esta fuente
admiras, caminante,
el mismo es de Helicona;
si pudieres, perdona
al paso un solo instante:
beberás (cultamente)
ondas que del Parnaso
a su Vega tradujo Garcilaso.
Luis de Gongora y Andrade
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A Aminta, que se cubrió los ojos con la mano

Lo que me quita en fuego, me da en nieve
La mano que tus ojos me recata;
Y no es menos rigor con el que mata,
Ni menos llamas su blancura mueve.
La vista frescos los incendios bebe,
Y volcán por las venas los dilata;
Con miedo atento a la blancura trata
El pecho amante, que la siente aleve.
Si de tus ojos el ardor tirano
Le pasas por tu mano por templarle,
Es gran piedad del corazón humano;
Mas no de ti, que puede al ocultarle,
Pues es de nieve, derretir tu mano,
Si ya tu mano no pretende helarle.

Francisco de Quevedo

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UNA NEGRA
   Una negra por el demonio sacudida
Quiso en un niño triste gustar de nuevos frutos
Y criminales bajo su veste agujereada.
Esta voraz prepara sus trabajos astutos;
   Con su vientre compara los airosos pezones
Y allá donde la mano no consigue ascender
Eleva el golpeteo sordo de sus tacones
Como una rara  lengua torpe para el placer.
    Contra la desnudez miedosa de gacela
Que tiembla, sobre el dorso, como un gran elefante
Enajenada aguarda y se admira y encela
Y ríe con sus dientes ingenuos al infante.
   Y entre sus piernas donde su victima se acuesta,
Bajo la crin la negra piel abierta al azar,
La extraña boca su paladar manifiesta
Pálido y rosa como un caracol de mar.

Stéphane Mallarmé
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Id, pues, vagabundos, sin tregua

" Id, pues, vagabundos, sin tregua,
errad, funestos y malditos
a lo largo de los abismos y las playas
bajo el ojo cerrado de los paraísos.
(...)
Y nosotros que la derrota nos ha hecho, ay, sobrevivir,
los pies magullados, los ojos turbios, la cabeza pesada,
sangrantes, flojos, deshonrados, cansados,
vamos, penosamente ahogando un lamento sordo. "

Paul Verlaine
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ORACIÓN DE LA TARDE
   Como un ángel en manos del barbero, sentado
Vivo. Y empuño un chop de acentuadas estrías.
Una pipa en los dientes y el epigastrio inflado,
En el aire que surcan inciertas travesías.
   Como las heces cálidas de un palomar vetusto,
Mil sueños en mí dejan una dulzura ardiente:
Y así mi corazón es como un triste arbusto
Que tiñen rojas gotas de un oro icandescente.
   Y una vez que a mis sueños me los volví a beber,
Cauto, después de treinta o cuarenta festejos,
A calmar me retiro el acre menester.
   Dulce como el Señor del cedro y los hisopos,
Meo hacia el cielo ardo, muy arriba y muy lejos,
Con la equiescencia de los grandes heliotropos.

Arthur Rimbaud
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AMOR ETERNO
Podrá nublarse el sol eternamente;
Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la tierra
Como un débil cristal.
¡todo sucederá! Podrá la muerte
Cubrirme con su fúnebre crespón;
Pero jamás en mí podrá apagarse
La llama de tu amor.

Gustavo Adolfo Becquer
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Vida cotidiana

¡Vida sin cesar cotidiana!
Así lo eres por fortuna,
y entre un renacer y un morir
día a día te das y alumbras
lunes, martes, miércoles, jueves
y viernes y...              
             
Todos ayudan
a quien va a través de las horas
problemáticas pero juntas              
en continuidad de rosario
¡dominio precario!
             
Se lucha
por asentar los pies en tierra,
por ser punto real de la curva
que hacia los espacios arrastra
nuestra ambición de criaturas,
anhelantes de hallar contacto
con los relieves, las arrugas
de la realidad inmediata,
por eso difícil y dura,
dura de su propio vigor,
que mis manos al fin subyugan
de costumbre en costumbre.              

Jorge Guillén



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